Se han tejido muchas leyendas sobre el origen del café, pero sin lugar a dudas todas circunscriben su origen a la zona de Etiopía.
Una de ellas dice que el arcángel Gabriel dio de beber a Mahoma una bebida negra de color similar a la piedra de La Meca para revitalizarlo en su salud. También figura la historia de Kaldi, datada del S IX, etíope a quien se atribuye su descubrimiento.
El café se empezó a consumir muy probablemente en las altiplanicies de Albisinia, en Etiopía, donde existía en forma silvestre y en su tipo arábica.
Las evidencias más tempranas del conocimiento de esta planta y del consumo de su bebida indican a los monasterios de Sufi en Yemén en el S XV. El café pasó de Etiopía a Arabia, Yemén y Egipto, llegando a Persia, India y Turquía, favorecido por las grandes peregrinaciones hacia La Meca.
Fueron los holandeses los que llevaron la planta del café a Europa, cultivándola en los Jardines botánicos de Amsterdan, para luego pasarla a París y Londres. Explotaron su cultivo en sus colonias de Ceilán e Indonesia. El café llegó pronto a la Guayana francesa, Brasil y Centroamérica, difundiéndose así de manera universal. Todo este proceso duró tres siglos. Así, esta bebida fue difundida y apreciada por sus efectos y virtudes por la gran mayoría y por personajes destacados de la historia, como Napoleón, Bach, Bethoven, Rossini, Voltaire, Balzac, etc.
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